La noche, a diferencia del día, no se puede pronosticar, y en el laberinto metropolitano siempre es noche eterna. Puede pasarcualquier cosa.
Sin perder nunca el eje, Kontroll (2003) oscila entre la comedia estrambótica, la alegoría alucinada, el realismo sucio con arrebatos físicos e incluso el thriller corriente de asesino misterioso. Todo ello aromado de apocalipsis y con su dosis precisa de romance. Esto es un cóctel de confección atrevida que, cuando sale bien, embriaga y nutre.
Hijo de húngaros, Nimród Antal nació y vivió en Los Ángeles hasta que, en jugada inversa, se trasladó a estudiar cine a su país de origen. Este fue su primer largo antes de regresar a Estados Unidos, donde encargos como Habitación sin salida (2007) o Predators (2010) iban a asociar su nombre a la serie B contemporánea. Así, Kontroll presenta músculo yanqui aplicado a la holgura narrativa europea, y es antes que nada genuino cine magiar, lúdico y especiado en su retrato del subsuelo.
La idea es sencilla: una desastrada brigada de revisores va a guiarnos por el metro de Budapest. El billete integrado permite múltiples transbordos y el ecosistema es completo. Al fin y al cabo, en los túneles es donde siempre han vivido los mutantes. RUBÉN LARDÍN